Mi Taberna
Una mañana como cualquier otra. Al menos eso piensa Charles Zain, quien se pasea de nueva cuenta por las calles de Londres. Así lo ha hecho por tres años y así lo seguirá haciendo. No tiene trabajo, lo despidieron tras un corte de personal dos semanas atrás. Por motivos obvios, Charles no tiene más que la ropa que lleva puesta, 30 libras y el encendedor que ha heredado de su padre. Un Zippo muy bonito; tiene grabado un tigre en el metal y es todo plateado.
Cuando dan las siete, Charles Zain va al bar cerca del puerto de Picadilly. Una taberna muy bien cuidada, con una capacidad para no más de treinta personas. Nada mal sinceramente. La verdadera historia comienza afuera de ésta, donde Zain tendrá un día distinto a los anteriores.
Charles se ha gastado todo su dinero. Ha tomado varios whiskeys. No tantos para declararse borracho, pero sí suficientes para ya no querer más. Además ¿con qué dinero iba a comprar más whiskey? ¿Quién iba a invitarle un trago? Por eso decide salir del bar. Admira los autos que pasan por la calle; no pasan demasiados esta noche. Charles toma su encendedor y comienza a jugar con el por largos minutos. Su mirada se enfoca en la gran llama que surge del Zippo. El fuego del encendedor lo tiene idiotizado. Pasan al menos 20 minutos. Lo prende y lo apaga. Prende el encendedor. Apaga el encendedor. Lo enciende. Lo apaga. Otros veinte minutos pudieron pasar, incluso una hora. Una voz detiene a Charles Zain en seco.
-¿Es un Zippo, no es así?- La silueta se aproxima a Zain mientras pronuncia la siguiente frase. –Seguramente te costó caro.
-No, me lo dejó mi padre antes de morir.
-Lo siento mucho.- Contesta la sombra, quien a distancia se ve como un anciano.-Te he visto por aquí varias veces. Te la pasas con ese encendedor casi una hora. Esa máquina te trae hipnotizado. No se, como si fueses el esclavo del Zippo… a merced de la flama.
El viejo puede tener al menos unos setenta y dos años. Su cara muestra una actitud enigmática. Algo en sus ojos enseña que quiere algo de Charles Zain.
El anciano parece ser un hombre de dinero. El traje que lo cubre puede ser un Armani o algo mejor. Sus zapatos seguro cuestan cientos de dólares. El bastón que lleva tiene un diamante en la punta, lo cual deja a la imaginación cuanto dinero tiene el viejo.
Charles Zain lo mira detenidamente antes de hablar.
-La verdad es que el encendedor me relaja. Es entretenido desconectarse de la vida un rato y perderse en su flama.
Charles saca su encendedor y comienza a examinarlo detenidamente. Sabe lo lindo que es, mas nunca lo ha visto como en este momento.
-Debes fumar demasiado.- El viejo bebe de su cerveza y continúa hablando al poner el vaso de vuelta en la mesa de madera. Es de esas en las que caben cuatro personas apretadas. Redonda y toda de madera. Tiene cuatro patas; una es un tanto más corta y eso mueve la mesa de lado a lado si se apoyan en ella. El viejo comenta tranquilamente
-Esas cosas matan. No deberías enviciarte en el cigarro, estás a tiempo para dejarlo. Guarda el Zippo en casa y deja el cigarro de una vez. No es bueno…
-Yo… la verdad es que… no tengo mucho dinero. Apenas y me alcanza para beber un poco en esta taberna.- Se siente avergonzado sentado frente al anciano. El hombre se interesa en un santiamén. Sus ojos se abren por completo y las arrugas de su cara disfrazan una sonrisa. El anciano se encuentra alegre.
Zain no comprende su mirada. ¿Quién es este hombre? ¿Qué quiere? Más específico, ¿qué quiere de Charles Zain?
Ambos se ven mutuamente por unos segundos. El anciano bebe un poco más de cerveza. Charles Zain siente un poco de miedo. Realmente no sabe por qué, pero sabe que el viejo no se ve como una buena persona. La taberna disminuye en personas; la luz permite ver sólo unas sombras en el entorno. Charles Zain toma un poco de cerveza. El silencio se convierte empalagoso.
-¿Te gustaría ganar dinero? ¿Quizá 700 mil libras?- El anciano señala a la ventana.-Tal vez también quieras ese Porsche.- Dejó sorprendido a Charles Zain.
-Pues claro… digo yo. ¿A quién no le gustaría?- Su tono de voz se convierte en uno ansioso. ¿Y yo qué tengo que hacer?
-Es muy sencillo. ¿Te gustan las apuestas, muchacho?
-Claro. ¿De qué estamos hablando exactamente?- Charles Zain piensa en un juego de cartas. El viejo sonríe. No tiene la pinta de un jugador.
-El Zippo que tienes.- Continúa diciendo mientras el mesero se lleva los vasos. Al levantarlos de la mesa, ésta se tambalea. -Tienes que prenderlo diez veces seguidas. Si logras que la flama se encienda diez veces continuas, el dinero y el auto son tuyos.
Al callar, el anciano mira hacia el Porsche y de vuelta al chico.
-¿Qué dices? ¿Aceptas?
-Momento. ¿Qué pasa si no prende?
-Tienes que pagarme…
-¡No tengo un peso! Te comenté que únicamente llevo este encendedor.
-Bien, me pagarás de distinta manera. Voy a cortarte un dedo si pierdes. ¿Qué tal el meñique?
Se crea un silencio cancerígeno entre ellos dos. El anciano lo trata de convencer jugando con las llaves del auto. Charles Zain sabe que si gana, su vida cambia. Con esa cantidad de dinero y el Porsche, no tiene que preocuparse por lo que va a desayunar a la mañana siguiente. Aún así, su meñique no era algo insignificante. Zain duda. Por largos minutos cavila la situación a la que está por entrar. Piensa que el encendedor le será fiel. ¿Por qué no? Es un Zippo, ¿qué puede salir mal?
Ha llegado el momento. El viejo amarra a Charles Zain a la silla y segundos después, ata su mano derecha, temblorosa, a la mesa. De este modo, Charles Zain no puede escapar en caso de perder. Zain tiembla como un árbol sin hojas. Sus ojos miran fijamente a su mano derecha. La mirada del viejo, aterradora, indica que el juego ha comenzado. ¿Cuál juego? Charles Zain se está arriesgando con un dedo. Una apuesta como ninguna.
El nerviosismo en Zain atrasa un poco las cosas. No se encuentra del todo seguro. El encendedor se abre por primera vez. Click. Una flama potente se deja ver hasta que Charles Zain cierra la tapa del Zippo. Faltan nueve.
El encendedor nuevamente hace click. Cumple con su deber: la flama aparece de nuevo. El anciano lo mira fijamente mientras Charles Zain sólo piensa en que le quedan ocho. Click. La flama está ahí: faltan siete. Charles Zain se calma un poco, mas sigue temblando al prender su encendedor.
Ya no quedan más personas en el bar. El cantinero, tres hombres en una mesa del fondo y los apostadores son los únicos ciudadanos de la taberna. El Zippo en la mano de Zain hace su gracia. Seis… cinco… cuatro. El sudor en Charles Zain es como una cascada de Sudamérica. El viejo mira a Charles Zain con furia. Quedan cuatro y podía llevarse el Porsche y 700 mil libras. Acciona el encendedor con preocupación. Se ve una llama. Zain tiene que cumplir con tres más para salvar su meñique.
Al encontrarse tan cerca de la victoria, Zain deja que su Zippo actúe de nuevo mientras su pulgar jala, en un movimiento, la tapa. Allí está la llama. Se ve furioso el viejo, no gesticula. Charles Zain está a dos del triunfo. A dos de terminar la apuesta. A dos de liberarse de una loca pesadilla.
El pulgar va a la tapa del Zippo por penúltima vez. Al encenderse, unos policías entran a la taberna. El cantinero los ha llamado al escuchar que le cortarían el meñique a un cliente. Rápidamente sacan a los hombres de la taberna y desatan a Charles Zain tanto de la mesa como de la silla. Los tres policías comienzan a hacerle preguntas al viejo, quien al terminar de responder usa los únicos tres dedos que tiene en su mano derecha para sacar las llaves de su Porsche e irse. ¡Había apostado los otros dedos de su propia mano! Charles Zain nota que el anciano está demente. Había perdido dedos en apuestas y quería que él pagara con su meñique. Vaya noche.
Zain caminó a la estación de metro cerca del puerto de Picadilly. Su corazón late como una ametralladora. Todavía se encuentra en shock. Se limpia el sudor con su mano derecha, lentamente. Da un sonido de alivio al aire fresco de Londres, pues se ha liberado de una experiencia dolorosa y espeluznante. Toma su Zippo con ambas manos y mira el dibujo con detenimiento. Observa al tigre y el tigre observa a Zain. Mueve su pulgar hacia atrás desde la tapa del encendedor. Click. El Zippo no prendió en esta décima ocasión.
Zalo Amkie
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